Feed the birds

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Marshalls Boston

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Yet it seems that I still have some tears to shed

Published by giltrix under on 11:07 AM

If I touch a burning candle
I can feel no pain.
If you cut me with a knife
It's still the same.
And I know her heart is beating,
But I know that I am dead.
Yet the pain here that I feel,
Try and tell me it's not real.
But it seems that i still have a tear to shed.

If I touch a burning candle
I can feel no pain.
In the ice or in the sun
It's all the same.
Yet I feel my heart is aching.
Though it doesn't beat, it's breaking.
And the pain here that I feel,
Try and tell me it's not real.
I know that I am dead...
Yet it seems that I still have some tears to shed.

Como siempre, Truman Capote

Published by giltrix under on 2:57 PM

UN RECUERDO NAVIDEÑO
cuento

Truman Capote
Una mañana de últimos de noviembre. Un amanecer de invierno, hace más de veinte años. La cocina de una vieja casa espaciosa en una aldea. Constituye su rasgo principal una gran estufa negra; pero hay también una gran mesa redonda y una chimenea con dos mecedoras colocadas ante ella. Aquel día comenzaba en la chimenea el rugido invernal.

Una mujer de pelo corto y canoso está de pie ante la ventana de la cocina. Lleva zapatos de tenis y un informe suéter gris sobre un vestido de algodón veraniego. Es pequeña y vivaracha como una gallinita de bantam; pero, debido a una larga enfermedad de la infancia, sus hombros son lastimosamente gibosos. Su rostro es singular..., parecido al de Lincoln, así de áspero, curtido por el sol y el viento; pero también es delicado, de fino trazo, y sus ojos son tímidos, color de cereza.
-¡Oh, madre mía! -exclama, empañando el viidrio de las ventanas con su aliento-. ¡Llegó el tiempo de los pasteles de fruta!
La persona a quien habla soy yo. Tengo siete años; ella, sesenta y pico. Somos primos, muy distantes, y hemos vivido juntos..., bueno, desde que yo puedo recordar. Viven en la casa otras personas, parientes; y aunque tienen poder sobre nosotros, y con frecuencia nos hacen llorar, en general no advertimos mucho su existencia. Somos el mejor amigo uno de otro. Me llama Buddy, en recuerdo de un muchacho que fue antes su mejor amigo. El otro Buddy murió en 1880 y tantos, cuando ella era todavía una niña. Ahora es todavía una niña.
-Lo supe antes de levantarme -dice, alejánndose de la ventana con una excitada decisión en los ojos-. ¡La campana de la Audiencia sonaba tan fría y clara! Y no había pájaros que cantasen; se habían marchado a tierras más cálidas, sí. ¡Oh, Buddy deja de tragar bizcochos y trae nuestro carrito! Ayúdame a buscar mi sombrero. Tenemos que hacer treinta pasteles.

Siempre lo mismo: llega una mañana de noviembre y mi amiga, como inaugurando oficialmente la época navideña que alboroza su imaginación y aviva las llamas de su corazón, anuncia: «¡Llegó el tiempo de los pasteles de frutas! trae nuestro carrito. Ayúdame a buscar mi sombrero».
Se encuentra el sombrero, una rueda de paja adornada con rosas de terciopelo que la intemperie ha marchitado: en otro tiempo perteneció a una parienta muy elegante. Los dos juntos empujamos nuestro carrito, un destrozado coche de niño, hacia el jardín y hacia un bosquecillo de pacanas. El carrito es mío, es decir, fue comprado para mí cuando nací. Está hecho de mimbre, bastante desbaratado, y las ruedas se bambolean como las piernas de un borracho. Pero es un servidor leal; en primavera, lo llevamos a los bosques y lo llenamos de flores, hierbas, helechos para las macetas de nuestra galería; un verano, lo cargamos con provisiones para el picnic y con cañas de azúcar para pescar, y lo empujamos hasta la orilla del arrollo; también tiene sus usos invernales: transportar leña del patio a la cocina, servir de cama tibia para Queenie, nuestra pequeña terrier anaranjada y blanca, vigorosa, que ha sobrevivido a enfermedades y a dos mordeduras de serpientes de cascabel. Ahora Queenie va trotando junto al carrito.

Tres horas más tarde estamos de regreso en la cocina con una carretada de pacanas caídas de los árboles. Nos dolía la espalda por el esfuerzo de recogerlas: era difícil encontrarlas (puesto que la cosecha principal había sido recogida sacudiendo los árboles y vendida por los propietarios de la huerta, que no éramos nosotros) entre las hojas que las ocultaban y la hierba escarchada y engañadora. ¡Craaac! Un alegre crujido y estallidos de un trueno en miniatura se oyen cuando se rompen las cáscaras y el dorado montón de dulces almendras aceitosas y marfileñas aumenta en la vasija de criolita. Queenie pide que lo dejemos probar, y de cuando en cuando mi amiga le da furtivamente un trocito, aunque insistiendo en que con ello nos privamos.
--No debemos, Buddy. Si empezamos, no parraremos. Y apenas si alcanza con esto. Para treinta pasteles.

La cocina está oscureciéndose. El crepúsculo convierte la ventana en un espejo: nuestro reflejo se mezcla con la luna naciente mientras trabajamos junto a la chimenea al resplandor del fuego. Por último, cuando la luna ya está alta, arrojamos la última cáscara al fuego y, suspirando al unísono, la vemos encenderse. El carrito está vacío, la vasija llena hasta el borde.

Cenamos (bizcochos fríos, tocino, dulce de zarzamora) y discutimos sobre lo que haremos mañana. Mañana empieza la clase de trabajo que me gusta más: comprar. Cerezas y sidra, jengibre y vainilla, pasas y nueces y whisky, y, ¡oh, tanta harina, mantequilla, tantos huevos, especias, esencias! ¡Caramba, necesitaremos un pony para tirar del carrito hasta la casa!

Pero antes de que se puedan efectuar esas compras, está la cuestión del dinero. Ninguno de los dos lo tiene. Excepto las miserables sumas que alguna vez obtenemos de las personas de la casa (diez centavos se considera una gran cantidad), o lo que ganamos con ciertas actividades: ventas diversas, de cubos llenas de moras cosechadas por nosotros, tarros de mermelada y jalea de manzana y conservas de melocotón hechas en casa, flores para los entierros y las bodas. Una vez ganamos un concurso sobre el fútbol nacional. No es que entendiéramos nada de fútbol. Es, simplemente, que participamos en cualquier concurso de que tuviéramos noticias: en aquel momento nuestras esperanzas se cifraban en el gran premio de cincuenta mil dólares ofrecidos para dar nombre a una nueva marca de café (propusimos «A.M.»; y después de alguna vacilación, pues mi amiga pensaba que acaso sería sacrílego el slogan «A.M. Amén»). Para decir la verdad, nuestra única empresa «realmente» provechosa fue el Museo de Rarezas y Diversiones que organizamos en el cobertizo de un patio, dos veranos antes. Las Diversiones consistían en una linterna mágica con vistas de Washington y de Nueva York que nos prestó una parienta que había estado en aquellos lugares (y se puso furiosa cuando descubrió para qué se la habíamos pedido); las Rarezas, un polluelo de tres patas empollado por una de nuestras gallinas. Todo el mundo quería ver aquel polluelo; hacíamos pagar un níquel a los mayores y dos centavos a los niños. Y habíamos colectado lo menos veinte dólares cuando se cerró el museo por la muerte de la principal atracción.

Pero de una manera o de otra, cada año reuníamos unos ahorros para Navidad, el Fondo de los Pasteles de Frutas. Guardábamos ese dinero en una vieja bolsa de cuentas, bajo una tabla suelta del piso, bajo el orinal, bajo la cama de mi amiga. Rara vez sacamos la bolsa de su seguro escondrijo, excepto para depositar dinero o, como sucede cada sábado, para retirarlo; pues los sábados se me conceden diez centavos para ir al cine. Mi amiga no ha ido nunca al cine ni piensa ir. Dice:
-Prefiero que me lo cuentes, Buddy. De essta manera puedo imaginar más. Por otra parte, una persona de mi edad no debe gastarse la vista. Cuando el Señor venga, que pueda verlo claramente.

Además de no haber visto nunca una película, nunca tampoco había: comido en un restaurante, viajado hasta más de cinco millas de la casa, recibido o enviado un telegrama, leído nada excepto tebeos y la Biblia, usado maquillaje, maldecido, deseado mal a nadie, mentido a sabiendas, dejado que un perro hambriento siguiera hambriento. He aquí algunas cosas que ha hecho y que hace: mató con un azadón la mayor serpiente de cascabel que se ha visto en este condado (de dieciséis anillos), toma rapé (secretamente), domestica colibríes (hagan la prueba) hasta que se posen sobre su dedo, cuenta historias de fantasmas (ambos creemos en fantasmas) tan escalofriantes que le hielan a uno en Julio, habla sola, pasea bajo la lluvia, cultiva las más hermosas camelias japonesas de la población y sabe la receta de toda clase de viejas curaciones indias, incluyendo un remedio mágico para extirpar verrugas.

Ahora, terminada la cena, nos retiramos a nuestra habitación, situada en una parte remota de la casa, donde mi amiga duerme en una cama de hierro cubierta con una vieja colcha y pintada de rosa, su color favorito. Silenciosamente, entregados a los placeres de la conspiración, sacamos la bolsa de su escondrijo y derramamos su contenido sobre la colcha. Billetes de a dólar apretadamente enrollados y verdes como brotes de mayo. Sombrías monedas de a cincuenta centavos, lo bastante pesadas para mantener cerrados los ojos de un muerto. Hermosas piezas de a diez, la moneda más viva, la que realmente tintinea. Níqueles y cuartos de dólar, pulidos por el uso como guijarros de arrollo. Pero, más que nada, un odioso montón de centavitos de color acre. El verano pasado los otros de la casa convinieron en pagarnos un centavo por cada veinticinco moscas que matáramos. ¡Oh, la carnicería de agosto, las moscas que volaron al cielo! Sin embargo, ése no era un trabajo que nos enorgulleciera. Y mientras estábamos sentados contando centavos, era como si volviéramos a hacer el recuento de moscas muertas. Ninguno de los dos tenía cabeza para los números; contábamos lentamente, nos equivocábamos, volvíamos a empezar. De acuerdo con los cálculos de mi amiga, tenía $ 12.73. Según los míos, exactamente $13.
-Espero que te hayas equivocado, Buddy. NNo podemos hacer nada con trece. Los pasteles saldrían mal. O alguien iría al cementerio. ¡Ni pensar en levantarme de la cama el día trece!
Eso es verdad: mi amiga siempre pasa los días trece en la cama. Por lo tanto, para asegurarnos, separamos un centavo y lo arrojamos por la ventana.

De todos los ingredientes que componen nuestros pasteles de frutas, el whisky es el más caro, así como el más difícil de obtener: las leyes estado prohíben su venta. Pero todo el mundo sabe que se puede comprar una botella al señor Jajá Jones. Al día siguiente, terminada nuestras compras más prosaicas, nos dirigimos al establecimiento del señor Jajá, un «pecaminoso» ( según la opinión pública) café, donde hay baile y frituras de pescado, a la orilla del río. Habíamos estado allí antes y con el mismo objeto; pero los años anteriores tratamos con la esposa de Jajá, una india oscura como el yodo, pelo oxigenado color latón y un aire de extrema fatiga. Nunca, en verdad, habíamos visto a su marido, aunque habíamos oído decir que también es indio. Un gigante con cicatrices de navaja en las mejillas. Lo llaman Jajá porque es muy ceñudo, un hombre que nunca ríe.
A medida que nos acercábamos al café (larga cabaña de troncos, festoneada dentro y fuera con filas alegres y deslumbradoras bombillas eléctricas, que se levantaban junto a la orilla fangosa del río, bajo la sombra de árboles ribereños donde el musgo sube entre las ramas como niebla gris), nuestros pasos se hacían más lentos. Hasta Queenie deja de corretear y anda muy pegada a nosotros. Ha habido asesinatos en el café de Jajá. Personas despedazadas. Descalabradas. Hay un caso que irá al tribunal el mes próximo. Naturalmente, tales sucesos ocurren por la noche, cuando las luces de colores proyectan dibujos fantásticos y el fonógrafo aúlla. De día, el establecimiento de Jajá se ve mísero y desierto. Llamo a la puerta, Queenie ladra, mi amiga grita:
-¿Señora Jajá? ¿Señora? ¿Hay alguien en la casa?
Pasos. La puerta se abre. Nuestros corazones dan un vuelco. ¡Es el propio señor Jajá Jones! Y «es» un gigante; y «sí» tiene cicatrices; y «no» sonríe. Ceñudo, nos mira con ojos oblicuos de Satán y pregunta:
-¿Qué quieren de Jajá?
Por un momento estamos demasiado paralizados para contestar. Al fin mi amiga encuentra a medias su voz, un susurro de voz a lo sumo:
-Si nos hace el favor, señor Jajá, quisiérramos un litro de su mejor whisky.
Sus ojos se inclinan más. ¿Quién lo creería? ¡Jajá está sonriendo! Es más, ríe.
-¿Quién de ustedes es el bebedor?
-Es para hacer pasteles de fruta, señor Jaajá. Para cocinar.
Eso lo calma. Frunce el ceño.
-¡Qué manera de malgastar el buen whisky!<> -De por allá - murmura ella, vagamente. Una vez se detiene un coche y la holgazana esposa del rico propietario del molino se asoma y relincha:
-Les doy veinte centavos por ese viejo árbbol.
Ordinariamente mi amiga tiene miedo de decir que no; pero en esta ocasión sacude prontamente la cabeza:
-No lo daríamos ni por un dólar.
-¡Un dólar! ¡Madre! Cincuenta centavos. EEs lo más que doy. ¡Por Dios, mujer!, pueden ir a buscar otro.
En respuesta, mi amiga observa suavemente:
-Lo dudo. Nunca hay dos de nada.
En casa, Queenie se deja caer junto al fuego y duerme hasta la mañana, roncando fuerte como un ser humano.

~ ~ ~

Un baúl en el desván contiene: una caja de zapatos llena de colas de armiño (procedentes de una capa de teatro de una curiosa dama que una vez alquiló una habitación en la casa), rollos de colgajos de relumbrón dorados por los años, una estrella de plata, una corta serie de bombillas acarameladas, viejas, indudablemente peligrosas. Excelente decoración hasta donde alcanza, que no es lo suficiente: mi amiga quiere que nuestro árbol resplandezca «como una ventana de los baptistas», que se doble bajo el peso de las nieves de adorno. Pero no podemos costear los esplendores de fabricación japonesa que venden en el «cinco y diez». Por lo tanto, hacemos lo que hemos hecho siempre: pasar días sentados ante la mesa de la cocina con tijeras y lápices y montones de papel de colores. Yo hago los dibujos y mi amiga los recorta: gran cantidad de gatos, peces también (porque son fáciles de dibujar), algunas manzanas, algunas sandías, unos pocos de ángeles alados hechos de envoltorios de papel de estaño que tenemos guardado. Empleamos imperdibles para sujetar al árbol esas creaciones: como toque final, salpicamos las ramas con algodón desmenuzado (recogido en agosto con ese propósito). Mi amiga, contemplando el efecto, junta sus manos.
-Ahora, francamente, Buddy, ¿no te parece bueno para comer?
Queenie trata de comerse un ángel.
Después de tejer y adornar con cintas las coronas de acebo para todas las ventanas de la fachada, nuestro proyecto inmediato es la preparación de los regalos para la familia. Pañoletas para las damas, para los hombres un jarabe, preparado en casa, de limón, regaliz y aspirina, para tomarlo «a los primeros síntomas de un resfriado y después de cazar». Pero cuando llega la hora de preparar nuestros mutuos regalos, mi amiga y yo nos separamos para trabajar secretamente. Me gustaría comprarle un cuchillo con mango de nácar, una radio, una libra de cerezas cubiertas de chocolate (una vez probamos algunas y ella siempre jura: «viviría siempre de cerezas, Buddy. ¡Señor, si, podría...!, y esto no es tomar Su nombre en vano»). En vez de todo eso, le estoy haciendo una cometa. A ella le gustaría regalarme una bicicleta (lo ha dicho un millón de veces: «si yo pudiera, al menos, Buddy. Ya es bastante malo pasar la vida sin lo que "uno" desea; pero, que Dios lo confunda, lo que me fastidia es no poder dar a "alguien" lo que deseo que tenga. Pero cualquier día lo haré, Buddy. Te encontraré una bicicleta. No preguntes cómo. La robaré quizá»). En vez de eso, estoy casi seguro de que me está haciendo una cometa..., igual que el año pasado, y que el anterior: el anterior a ese nos regalamos hondas. Todo lo cual me parece muy bien. Pues somos campeones de vuelo de cometa, sabemos estudiar el viento como los marineros; mi amiga, más experta que yo, puede elevar una cometa cuando ni siquiera sopla brisa suficiente para arrastrar a las nubes.
La víspera de Navidad, por la tarde, reunimos un níquel y vamos a la carnicería a comprar el regalo tradicional para Queenie, un buen hueso de ternera para roer. El hueso, envuelto en papel fantasía, se cuelga alto en el árbol, cerca de la estrella de plata. Queenie sabe que está allá. Se agazapa al pie del árbol mirando hacia arriba en un arrobo codicioso. Cuando llega la hora de ir a dormir se niega a moverse. Su excitación es igualada por la mía. Levanto a patadas las mantas y doy vueltas a la almohada como si fuese una abrasadora noche de verano. En algún lugar canta un gallo, falsamente, pues el sol está todavía al otro lado del mundo.
-¿Buddy, estás despierto?
Es mi amiga que me llama desde su habitación, contigua a la mía; y un momento más tarde está sentada en mi cama, sosteniendo una vela.
-Bueno, no puedo dormir ni tanto así -decllara-. Mi pensamiento salta como una liebre. Buddy, ¿crees que la señora Roosevelt servirá nuestro pastel en la cena?
Nos arrebujamos en la cama y ella me oprime la mano con ternura.
-Diría que tu mano era mucho más pequeña. Creo que me disgusta verte crecer. Cuando seas mayor, ¿seremos amigos todavía?
Yo digo que lo seremos siempre.
-¡Me siento muy triste, Buddy! ¡Deseaba ttanto regalarte una bicicleta! Traté de vender el camafeo que me regaló papá. Buddy... -vacila, como turbada-, te he hecho otra cometa.
Entonces, yo confieso que hice una para ella también; y reímos. La vela está demasiado agotada para seguir ardiendo. Se apaga, y deja ver la luz de las estrellas, esas estrellas que giran en la ventana como un visible villancico al que, lentamente, lentamente, el alba acalla. Posiblemente estamos adormilados; pero los primeros resplandores de la aurora nos rocían como agua fría; ya estamos levantados, con los ojos muy abierto y dando vueltas mientras esperamos que los demás despierten. Adrede, mi amiga deja caer un caldero sobre el suelo de la cocina. Yo bailo, repiqueteando con los pies, frente a las puertas cerradas. Uno a uno salen los de casa, con caras de querer matarnos a los dos; pero es Navidad y, por lo tanto, no pueden hacerlo. Primero, un espléndido desayuno: absolutamente todo lo que uno puede imaginar..., desde las tortas de sartén y la ardilla frita, hasta el pinole y la miel en panal. Lo cual pone a todos de buen humor, menos a mi amiga y a mí. Francamente, tenemos tanta impaciencia por ver los regalos, que no podemos tragar un bocado.
Bueno, quedo decepcionado. ¿Quién no lo estaría? Calcetines, una camisa para ir a la escuela dominical, algunos pañuelos, un suéter usado y un año de suscripción a una revista religiosa para niños. El Pequeño Pastor. Me indigna. Realmente me indigna.

Mi amiga saca mejor tajada. Un saco de ciruelas, que es su mejor regalo. Sin embargo, está más orgullosa de un chal de lana blanca tejido por su hermana casada. Pero «dice» que su regalo favorito es la cometa que yo le hice. Y «es» muy hermosa; aunque no tan hermosa como la que ella hizo para mí, que es azul y tachonada de estrellas de Buena Conducta doradas y verdes; además, en ella está pintado mi nombre, «Buddy».
-Buddy, está soplando el viento.
Sopla el viento, y nada haremos sino correr hasta unos prados que hay más abajo de la casa, adonde Queenie había volado para enterrar su hueso (y donde el otro invierno, Queenie será enterrada también). Una vez allí, sumergidos en la lozana hierba que nos llega hasta la cintura, soltamos nuestras cometas, las sentimos que tiran del cordel como peces del cielo que nadan en el viento. Satisfechos, calientes del sol, nos tendemos en la hierba y pelamos ciruelas y contemplamos el cabriolar de nuestras cometas. Pronto olvido los calcetines y el suéter usado. Soy tan feliz como si ya hubiéramos ganado el Gran premio de cincuenta mil dólares en aquel concurso de dar nombre a un café.
-¡Madre, que tonta soy! -exclama mi amiga,, súbitamente alerta, como una mujer que recuerda demasiado tarde que tiene bizcochos en el horno-. ¿Sabes lo que he creído siempre? -pregunta en un tono de descubrimiento y no sonriéndome a mí, sino a un punto situado más allá-. Siempre he creído que un cuerpo tiene que estar enfermo y morir antes de ver al señor. Y me imaginaba que cuando Él viniese sería como mirar a través de la ventana de los baptistas: hermoso como un cristal de color atravesado por el sol, un brillo tal que no te enteras de que oscurece. Y ha sido un consuelo pensar en aquel resplandor que hace desaparecer todo el miedo al coco. Pero estoy segura de que eso no sucede nunca. Estoy segura de que en el último momento el cuerpo comprende que el Señor ya se ha mostrado. Que ver las cosas tal como son -su mano hace un ademán circular que abarca nubes y cometas y hierba y a Queenie echando tierra con las patas sobre su hueso-, simplemente como siempre las ha visto, era verlo a Él. En cuanto a mí, podría dejar el mundo con el día de hoy en los ojos.

~ ~ ~

Esta es nuestra última navidad juntos.

La vida nos separa. Aquellos que Saben Más deciden que debo ir a una escuela militar. Y de este modo sigue una miserable sucesión de prisiones donde suena la corneta, severos campamentos de verano con toque de diana. Tengo también un nuevo hogar. Pero no cuenta. El hogar es donde está mi amiga, y allí nunca voy.

Y allí permanece ella, entreteniéndose en la cocina. Sola con Queenie. Sola, pues. («Buddy querido -escribe con su letra salvaje, difícil de leer-, ayer el caballo de Jim Macy dio a Queenie una coz mortal. Gracias a Dios, no sufrió mucho. La envolví en una fina sábana de lino y la llevé en el carrito hasta el paso de Simpson, donde puede descansar con todos sus huesos...»). Durante algunos noviembres continúa haciendo sola sus pasteles de frutas; no tantos, pero algunos; y, naturalmente, siempre me manda «el mejor de la hornada». Además, en cada carta incluye diez centavos envueltos en papel higiénico: «ve al cine y cuéntame la película». Pero, gradualmente, en sus cartas tiende a confundirme con su otro amigo, el Buddy que murió en 1880 y tantos; cada vez más son no solo los días trece en que se queda en la cama: llega un mañana de noviembre, un amanecer de invierno sin hojas y sin pájaros, en que no puede levantarse y exclama: «¡Oh, madre mía! ¡Llegó el tiempo de los pasteles de fruta!»
Y cuando eso sucede, lo sé. El mensaje que me lo anuncia no hace más que confirmar una noticia que ha recibido ya cierta secreta fibra, amputando una parte insustituible de mi mismo, dejándola suelta como una cometa con el cordel roto. Es por eso que, al atravesar un patio de la escuela en esa particular mañana de diciembre, voy escudriñando el firmamento. Como si esperase ver, semejantes a corazones, un par de cometas sueltas que corren al cielo.

Apparently, It’s OK to Poison the World

Published by giltrix under on 3:08 AM

There is a secret ingredient lurking in almost everything you eat. Unless you are a self-proclaimed nutrition guru, you most likely consume a food or beverage with high fructose corn syrup everyday.

High fructose corn syrup sweetens products from soda - nutritionally dubbed “liquid satan” - to whole-wheat bread. The syrup, even saturating what seem like non-threatening items including ketchup, is one of the main contributors to the nation’s struggle with obesity. And surprisingly, one of the least talked about.

Sugar is not a diet sabotage in its raw form. It comes from a sugar cane plant and, when digested moderately in this mode, is not that bad for your body. But American food manufacturers have toyed with ways to strip sugar from its natural state and refine the sweetener to become a syrup-like substance. Subsequently, sugar-loaded foods have poor nutritional value and a lot of fat.

High fructose dominated the sweetener market in the 1980s, immediately replacing traditional forms for its affordability and effectiveness.

It masks the chemical flavor in Coca-Cola, enhances the addicting taste in cookies and even hides in yogurt, a food marketed as a healthy snack.

Not only does this sweetener pack on pounds, but it also affects your mood. Ever wonder why after you chug a Big Gulp you experience a sugar high followed by a massive headache, energy drop and lash-outs to friends? (…)

It doesn’t end there. More recently, high fructose corn syrup has shown a relationship with colon cancer in women.

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Published by giltrix under on 3:52 AM
Naciones Unidas pronostica la ruina de la especie y del planeta. Un nuevo informe advierte que la sexta extición masiva de especies puede estar a las puertas, si no se supedita todo a la sostenibilidad ecológica de aquí al año 2050.
No hay crisis medioambiental. No hay crisis de desarrollo económico. No hay crisis energética. Son tres cabezas de la misma hidra, de una sola gran crisis que lo explica todo. Hay una crisis de Humanidad. Un suicidio masivo que era lento empieza a acelerarse vertiginosamente, avisa el último estudio del Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP, por sus siglas en inglés).
En 1987 apareció el informe Bruntland sobre el futuro común del planeta. Veinte años después la ONU lanza este Geo-4, que llena 572 páginas. Han tenido participación directa en él 390 científicos. Los que han participado indirectamente son más de 1.000. Y sus conclusiones son para echarse a llorar: no sólo no se han cumplido las expectativas de respuesta a los problemas de hace veinte años, sino que aquellos propósitos ya están peor que obsoletos. Es como si hubiéramos pasado de tener dolor de cabeza a cáncer antes de aprender ni siquiera a abrir el tubo de aspirinas.
En la presentación pública del informe de la UNEP, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, advirtió de que esta situación «compromete décadas de avances de la Humanidad, mina los cimientos de la lucha contra la pobreza y podría llegar a poner en peligro la paz internacional y la seguridad».
Voracidad económica
La alerta más destacada es que la Humanidad vive por encima de sus posibilidades y de las del planeta. El hambre en el mundo dejará de ser pronto una injusticia para ser algo que ninguna revolución podría resolver. Ya son muchas las muertes evitables por falta de recursos como el agua. Y pueden llegar a ser muchas más.
Hacen falta 21,9 hectáreas para producir los recursos necesarios para las necesidades de una sola persona. Al ritmo actual de crecimiento demográfico, la Tierra puede ofrecer 15,7 hectáreas por persona. Ante ello las personas no sólo no nos apretamos el cinturón, sino que aún despilfarramos más los recursos. Las cuentas no salen, ni pueden salir de ningún modo.
El agua es un punto particularmente crítico. El 70 por ciento de la que se usa es para regar, pero resulta que los Objetivos del Milenio de la misma ONU exigen doblar la producción de alimentos de aquí a 2050. ¿De dónde va a salir el agua, si ahora ya escasea, y en 2025 su uso sólo para beber habrá crecido un 50 por ciento en los países desarrollados, y un 18 por ciento en los que están en vías de desarrollo?
Agua, poca y contaminada
La UNEP advierte que la escasez de agua potable pronto será «intolerable» en los países secos, como es el caso de España. ¿Llegaremos a hacer la guerra no por el petróleo sino por el agua? Claro que mucho antes de sufrir la carencia del recurso habrá que acostumbrarse a que su sabor y su calidad desciendan en picado. El agua contaminada supone ya hoy la primera causa de enfermedad y de muerte en el mundo.
Hay muchas especies amenazadas de extinción, a una velocidad cien veces más rápida de lo normal. Los niveles de pesca casi triplican lo sostenible para seguir garantizando que haya peces en los océanos. Está amenazada la continuidad del 30% de los anfibios, el 23% de los mamíferos y el 12% de las aves. Una de las razones es el intrusismo entre especies, a veces provocado accidentalmente por la globalización, a veces determinado por la acción del hombre, ya sea como supremo agente contaminante, ya sea como supremo predador de los ecosistemas.
Ésta es la primera vez que la UNEP desglosa para las distintas regiones del mundo sus previsiones de impacto negativo del cambio climático. En Europa dibuja un escenario dantesco de hiperproducción e hiperconsumo. Las consecuencias son un gasto energético delirante y el colapso de las grandes ciudades por los problemas de transporte y por el rápido deterioro de la calidad del aire.
En África el reto más dramático sigue siendo cómo dar de comer a la gente. La producción de comida per cápita ha descendido un 12% desde el año 1981, cuando ya estaba muy lejos del ideal. La degradación y desertización de la tierra cultivable avanzan a un ritmo galopante y descorazonador.
Ciudades irrespirables
La zona de Asia y el Pacífico tiene que prepararse para hacer frente a metrópolis cada vez más irrespirables y al dramatismo en la falta de agua y de tierra. La degradación de los ecosistemas es ahí especialmente rápida en concordancia con un desarrollo industrial y tecnológico tardío pero brutal, y que no atiende a razones.
Toda la América latina y el Caribe se consideran especialmente vulnerables a los efectos del calentamiento global, particularmente la degradación de las costas y la polución marina. También hay muchas amenazas para la biodiversidad derivadas del efecto explosivo de los gases invernadero y del crecimiento ingobernable de las megalópolis.
En las zonas polares la factura del cambio climático será estremecedora: sin necesidad de llegar a la temida fusión de los polos, la salud de sus pobladores ya está muy amenazada por la alta concentración de mercurio y otras sustancias contaminantes en el entorno del que obtienen toda su alimentación. Mientras que el agujero de la capa de ozono necesitará no menos de cincuenta años para recuperarse.
El informe traza hasta cuatro posibles escenarios de aquí a 2050. La conclusión es que, o se prioriza de una vez la sostenibilidad, sea cual sea el coste en términos de crecimiento económico, o habrá que atenerse a las consecuencias: la Tierra ha experimentado cinco extinciones masivas de especies en 450 millones de años. La última fue hace 65 millones de años. La sexta puede estar a la vuelta de la esquina.

GILBER3

Published by giltrix under on 4:06 AM

GILBER3
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Mensaje del G. Jefe Seattle al Presidente de los EEUU de América en1855.

Published by giltrix under on 7:18 AM
El Gran Jefe en Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El G. Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad . Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El G. Jefe en Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra?. Esta idea nosparece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua, ¿Cómo podíais comprarlos a nosotros?. Lo decidiremos oportunamente.

Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del Hombre de Piel Roja.

Los muertos del Hombre de Piel Blanca se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta hermosa tierra porque ella es la madre del Hombre de Piel Roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son sus hermanos. Las crestas rocosas, las savias de las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre todos pertenecen a la misma familia.

Por eso, cuando el G. Jefe en Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, es mucho lo que pide. El G. Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, alto, no será fácil porque nuestras tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por nuestros ríos y estras no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en la aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deben recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis dar en adelante a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano.

Sabemos que el Hombre Blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega de noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo.

Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja a la tierra de sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear o vender, como si fueran corderos o cuentas de vidrio.

Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras si solo un desierto.No lo comprendo . Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra . La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos . El Hombre de Piel roja es un salvaje y no comprende las cosas . No hay un lugar tranquilo en las ciudades del Hombre Blanco , ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el rozar de las alas de un insecto . pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas . El ruido de la ciudad parece insultar a los oídos . ¿ Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna ?.Soy un Hombre de Piel Roja y no lo comprendo . Los indios preferimos el suave sonidodel viento que acaricia la cara del lago y el olor del mismo viento , purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosascomparten el mismo aliento : el animal , el árbol y el hombre . El Hombre blanco parece no sentir el aire que respira . Al igual que un hombre muchos días agonizante se ha vuelto insensible al hedor . Mas , si os vendemos nuestras tierras , debéis recordar que el aire es precioso para nosotros , que el aire comparte el espíritu con toda la vida que sustenta . Y , si os vendemos nuestras tierras , debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el Hombre Blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras . Si decidimos aceptarla ,pondré una condición : “ que el Hombre Blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos “ . Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta . He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas , abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha . Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que solo matamos para poder vivir . ¿ Qué es el Hombre sin los animales? . Si todos los animales hubiesen desaparecido , el Hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también a los hombres . Todas las cosas están relacionadas entre si.Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de susabuelos . Para que respeten la tierra , debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados . Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros les hemos enseñado a los nuestros : “ Que la tierra es nuestra Madre ” . Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra . Cuando los hombres escupen al suelo se escupen a si mismos.
Aún el Hombre Blanco , cuyo Dios pasea con él y conversa con él de amigo a amigo,no puede estar excento del destino común . Quizá seamos hermanos , después de todo. Lo veremos . Sabemos algo que quizá el Hombre blanco algún día descubra ; que nuestro Dios es su mismo Dios . Ahora pensáis que sois dueños de El tal como deseáis ser dueños de nuestras tierras : pero no podéis serlo . El es Dios de la Humanidad y su compasión es igual para el Hombre Piel Roja que para el Hombre Blanco . Esta tierra es preciosa para El , y causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los Hombres Blancos también pasarán , tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestras camas , moriréis alguna noche sofocados por vuesros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dió el dominio sobre ellas y sobre el Hombre de Piel Roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados , cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes, ¿ Dónde está el espeso bosque ?. Desapareció. ¿ Dónde está el águila ?. Desapareció. Así termina la vida y empieza el sobrevivir.


Jefe Seattle.